Suave, como las olas de poniente, tocaste a mi puerta.
Sin pensarlo, erizaste lentamente cada poro de mi piel
mientras yo hacía el silencio por escuchar tus latidos.
Y fuerte llega el levante, destapando sombras,
robando los días, asfixiando deseos…
Dejando al aíre libre un corazón ya estrenado.